Blogger news

miércoles, 26 de enero de 2011

Recordamos a una grande: Walsh en el Miseria


El 24 de enero se nos fue una gran persona de la cultura universal. Se trata de María Elena Walsh quien enseñó a grandes y chicos a soñar y divertirse con un mundo mejor. Por eso, en forma conjunta con docentes y voluntarios el próximo domingo 20 de febrero desde las 18 hs estamos invitando a grandes y pequeños a participar del homenaje a un mes del fallecimiento de María Elena Walsh.
Vení con tu familia a dibujar, pintar, escribir, cantar con los personajes de la reconocida cantautora.

Para saber más. Una cupletista que aprendió canciones de sus padres, un irlandés y una argentina hija de andaluces. Fue él, un ferroviario que tocaba el piano, quien le cantaba en el enorme caserón de Ramos Mejía, donde María Elena Walsh nació el 1 de febrero de 1930. Era grande la casa, y ella, la escritora, la poeta, la música, la refutadora, la polemista, crecio entre rosales y limoneros, entre gatos, leyendo historias fantásticas. A los 15 años publicó su primer poema en la revista El Hogar y en 1947, antes de terminar de cursar en la Escuela Nacional de Bellas Artes, de donde egresó como profesora de Dibujo y Pintura, salió su primer libro, “Otoño imperdonable”.

Se nos murió María Elena, porque se nos murió y no importa la edad. Ayer se murió la mujer que nos educó sentimentalmente. La que nos preparó los ojos y los oídos para mirar el mundo, al revés y al derecho. Pudo haber sido en los años 60, cuando escribió, entre otros, los libros, “El reino del revés”, “Dailan Kifki”o “Tutú Marambá”. O muchos años después, cuando escribió en este diario “Desventuras en el país jardín de infantes” (1979) o “La pena de muerte” (1991). Así que no importa la edad, todos nos matamos de risa cuando escuchábamos “El twist del mono Liso” y, más acá en el tiempo, se nos piantó una lágrima, después de tanto dolor, con canciones “Como la cigarra”. ¿Quién no sintió que le hablaban directamente, al oído, que golpeaban a las puertas de su corazón cuando escuchaba “tantas veces me mataron/ tantas veces me morí...”

“Otoño imperdonable” llamó la atención de grandes escritores, Borges, Silvina Ocampo y el español Juan Ramón Jiménez, entre otros. En 1951, Walsh publicó su segundo libro de poemas, “Baladas con ángel”. Por esa época, junto a la poeta y folclorista tucumana Leda Valladares, se autoexilió en París hasta 1956, donde formaron un dúo que cantaba canciones folklóricas. No le había gustado el aire que se respiraba con el peronismo, aunque fue capaz de reconocer los pasitos, pocos, pero contundentes, que daban las mujeres en ese tiempo. Muchos años después, en 1976, escribió “Eva”, un poema publicado en “Canciones contra el mal de ojo”, que dice: “No descanses en paz/ alza los brazos/ no para el día del renunciamiento/ sino para juntarte a las mujeres/con tu bandera redentora/ lavada en pólvora/ resucitando”. De aquellos años parisinos quedaron algunos discos, como “Chants d'Argentina” y los dos volúmenes de “Entre valles y quebradas”.

Fue en Francia. Sí, cuando aparecieron los disparates: las vacas que estudiaban en Humahuaca, las tortugas que se enamoraban y dejaban Pehuajó, los castillos que se quedaban solos, sin princesas ni caballeros, las estatuas que le daban no sé qué porque cuando llovía no podían salir en pareja con paraguas. Cuando volvieron con Valladares a la Argentina, grabaron cuatro discos que sonaron fuerte en el mundo de los niños, tanto que esos disparates son leyendes que se pasan de abuelos a hijos, de tíos a sobrinos, de boca en boca. De ese regreso, de esa época, son también dos de sus grandes obras de teatro para chicos: “Doña Disparate y Bambuco” y “Canciones para mirar”, estrenada en el Teatro San Martín. Y algunos libros, como “Cuentopos de Gulubú” o “El reino del revés” ya pasaron las veinte ediciones.

Hacía mucho tiempo que ya no quería dar entrevistas. Y si María Elena Walsh nos acompañó de chicos, nos hizo dormir, reír, tomar el té, estuvo ahí cuando tuvimos la edad suficiente como para comprender que alguien -algunos- pretendían dejarnos encerrados para siempre en un “país jardín de infantes”. En 1979, plena dictadura militar, escribió en una nota para Clarín: "Todos tenemos el lápiz roto y una descomunal goma de borrar ya incrustada en el cerebro. Pataleamos y lloramos hasta formar un inmenso río de mocos que va a dar a la mar de lágrimas y sangre que supimos conseguir en esta castigadora tierra". Esas palabras fueron -son- un mojón en la historia del periodismo argentino y generaron, también, una gran polémica, porque muchos creyeron leer allí una cierta liviandad en el tratamiento de la represión. Un año antes, en 1978, había decidido dejar de componer y de cantar en público. Cuando en 1991, durante el gobierno de Carlos Menem, se debatía en el país la posibilidad de implementar la pena de muerte, Walsh escribió, y vale la pena recordarlo ahora entre tanta noticia de lapidación, de fusilamiento, de necedad: “...Siempre supieron que yo, no otro, era el culpable. Jamás dudaron de que el castigo era ejemplar. Cada vez que se alude a este escarmiento la humanidad retrocede en cuatro patas”.

En 1985 fue designada Ciudadana Ilustre de la Buenos Aires y, ese mismo año y hasta 1989, integró el Consejo para la Consolidación de la Democracia. La había nombrado el ex presidente Raúl Alfonsín. Cuando 1997 publicó en el diario La Nación la carta abierta “La carpa también debe tomarse vacaciones”, en la que invitaba a los docentes a levantar la Carpa Blanca que habían instalado en el Congreso, también supo de algunos distanciamientos. “No puede haber función interminable, que abusar del tiempo irrita al público, que es gesto de dignidad cerrar el telón tras los aplausos y antes de la decadencia”, decía Walsh. Y no fue lo único que dijo o escribió antes de declarar que se había quedado “sin palabras”, como cuando declaró que “era preferible la corrupción menemista a la ineficiencia radical”. Algunos años después, en una entrevista que le dio sin muchas ganas a la revista Ñ, pese a lo que habló de todo y con todo el fuego del que disponía, confesó: “Mis amigos me dicen: '¿cuándo armás un revuelo?'. Pero aclaremos que yo nunca me propuse armar revuelo, se armó sólo. Y ya, en un momento dado, me gustó más el silencio que la opinión. Porque me quedé sin palabras. Desde hace un tiempo no he tenido ni tengo ganas de tratat ningún tema de esos. Que alguien tome la posta”. Para esa momento, 2004, de los diarios leía solamente los chistes y el horóscopo. Acababa de publicar uno de sus últimos libros, ¡Cuanto cuento!, una antología de narraciones infantiles, a los que su sumaban dos historias inéditas.

No le gustaba Harry Potter, pero sí Piñón Fijo, el payaso que, según decía, “hace docencia”. Le encantó El pasado, de Alan Pauls, las crónicas de Martín Caparrós y los cuentos de Hebe Uhart. Y no le escapaba a los best-sellers. Aunque decía que “a la mitad ya me empezó a aburrir”, en esa entrevista defendió El código Da Vinci. Eso, de los últimos años. Porque antes había contado que “nos hicimos niños con La cabaña del tío Tom y adolescentes con Martínez Estrada. Nos hicimos mujeres con Simone de Beauvoir y hombres con Conrad”. Amaba a Borges, a Doris Lessing, el Siglo de Oro español y a Susan Sontag. Le gustaban los libros. “Donde no hay libros hace frío. Vale para las casas, las ciudades, los países. Un frío cataclismo, un páramo de amnesia”, escribió.

En 2008 publicó “Fantasmas en el parque”, una suerte de autobiografía, una especie de continuación de “Novios de antaño” (1990), su primera novela para adultos. Fantasmas... es un libro sobre el amor, los encuentros, los desencuentros. La vejez. El dolor. Otra vez el amor, sin palabras lavadas. Un libro en el que habla por primera vez de su amor por Sara Facio, ahí, sentada en el verde del parque Las Heras. Del cáncer, que le diagnosticaron en 1981, cuando tenía 50 años.

Se fueron los castillos, las princesas, los caballeros. Las estatuas. Manuelita. Osías, el osito que quería comprar un cielo bien celeste en un bazar. Se fue Doña Disparate. Nos quedó su universo.

0 comentarios: